lunes, 16 de junio de 2014

“LOS HECHIZADOS”, de Héctor Levy-Daniel: Una obra sobre el amor en el cuerpo de la herejía

Escribe Zaira Marchetto
Artes Combinadas – UBA


Lo primero que llama la atención al ingresar a la sala es un grupo de sillas, ubicadas más adelante de las butacas de la platea. Dispuestas en diagonal al escenario, cualquiera creería que puede sentarse ahí. Pero no. Una vez que todos nosotros, público, terminamos de sentarnos donde corresponde (las butacas), la música que se oía cesa y se sucede un primer apagón: es entonces cuando vuelve a escucharse la misma música, la luz comienza a subir y los actores entran. Y entran por donde entramos nosotros y se sientan en esas 6 sillas, las ubicadas en diagonal, quedando en un perfil de 3/ 4 de espaldas a la platea. El drama comienza…
Entran en escena las dos mujeres del elenco, Melisa Freund encarnando a “Ada” y Silvia Villazur, como “Valda”. Ada es la hija de un estanciero, “Don Franco” (el actor César André), y Valda su confidente y ama de llaves.
La trama argumental comienza con la obstinada negación de Ada a contraer matrimonio. Bajo ningún aspecto está interesada en aceptar las propuestas de sus pretendientes. Es que ella ya ama a un hombre, y lo hace con la pasión propia de todo aquello que se nos presenta como lo prohibido, lo inaccesible.
El conflicto aparece cuando se devela el motivo por el cual ella tendrá que ceder su postura: Don Franco está en serias dificultades económicas, y un casamiento “arreglado”, podría solucionarlo todo. En apariencias…
En una versión libre de “Lástima que sea una puta” (del autor británico John Ford, escrita en 1632), el dramaturgo y director de Los hechizados, Héctor Levy Daniel, ha tomado como eje principal la historia de Ada y Juan (Pablo Razuk), quienes caen en el infortunio de un amor incestuoso entre hermanos, generando la ruptura no solamente de los valores y convenciones sociales impuestos por cada contexto epocal, sino que transgreden de igual o peor manera un tabú propio de la cultura occidental. Semejante herejía no podía más que terminar en tragedia.

En el papel de “Toranzo”, el actor Martín Ortiz representa a un terrateniente acaudalado y macabro, sin escrúpulos y dispuesto a lo que sea para tener lo que quiere: la joven Ada.
Su plebeyo, “Cipriano” (Enrique Papatino), es quien no solamente lo guiará, sino que en distintas oportunidades tomará la posta de la situación y direccionará todo hacia el fatalismo.
Con una puesta en escena que, desde lo actoral, hace sentir por momentos la sensación de “tener frío”, apelando a los lugares más oscuros y recónditos de cada uno de nosotros: el de los deseos prohibidos. Es que en esta obra se nos enfrenta con la inminencia del castigo por haber pasado ese límite, y de manera tan lograda nos confronta a ello que nos hace sentir “frío”, ese frío que se siente cuando la muerte se hace próxima, cuando sabemos que un final que no queremos va a llegar de todos modos.
De la mano de Alejandro Mateo en el diseño escenográfico y de vestuario, y la realización escenográfica a cargo de Verónica Grau, encontramos un espacio que se constituye por una tela de gran tamaño, pintada intencionalmente desprolija con tonos amarronados para dar la impresión de tierra. Es que Los Hechizados acontece en algún lugar de La Pampa argentina, con inundaciones casi permanentes.
Este recurso de la tierra hecha barro por efecto de las lluvias, está muy bien planteado desde la escenografía y desde la palabra de los actores: el barro se nos hace presente a través de sus discursos, una y otra vez hacen alusión al hastío que provoca tanta lluvia y tanto barro. Desde lo sonoro esto se acompaña atinadamente, los truenos se hacen oír, dando cuenta al espectador del exceso de agua cayendo.
Confluye el vestuario de los hombres, en tonos amarronados predominantemente, acompañados por algunos elementos en negro; configurado a partir de un registro típicamente campestre: botas de lluvia las más de las veces (hablamos ya de las reiteradas lluvias e inundaciones), zapatos negros en Don Franco, trajes, chalecos, y en todos ellos pañuelos al cuello. Logrado efecto en doble sentido: el vestuario nos ubica y funciona como índice espacial –en tanto geografía y clima–, como también lo hace temporalmente, dado que podemos claramente vislumbrar que la indumentaria no concuerda con lo contemporáneo a nosotros.
Un índice que nos ubica en el tiempo –aproximado– en el que transcurre la historia es la forma y el trato de los personajes entre sí: todos ellos se tratan de usted, excepto Ada y Juan, lo cual también hace al quiebre de esa distancia que se marca a partir de lo dialogal.
 Completan la escenografía dos baúles, uno marrón y el otro verde. Ambos juegan un papel importante, dado que es allí donde se sientan o reposan los personajes en distintas escenas, e incluso es el lugar desde el cual se marcan escenas “congeladas”, es decir, que mientras una escena sucede en una parte del espacio escénico, la otra se mantiene estática alrededor de alguno de estos baúles. En uno de ellos, son guardadas telas de color blanco, una posible metaforización de la “pureza”, interesante elección cromática dada la temática puesta en juego.
Destacada importancia juega también la configuración lumínica, bajo el diseño de Ricardo Sica. La iluminación va a marcar cada acto que termina, bajando en los momentos de mayor tensión dramática, poniéndose el énfasis focal en la escena que adrede se quiere subrayar; determina la división del escenario, dejando en penumbras “escenas congeladas” e intensificando el lugar donde otra escena es actuada.
Resulta fundamental el valor que cobra la elección de las palabras en tanto significantes del sentido de la historia: a saber, en la escena en que Toranzo le grita a Ada “¡puta, puta, puta, perra, puta!”, referencia directa al texto de John Ford. En similar orientación tenemos otras palabras tales como “corrupta”, “sagrada” y “adulterio”, todas ellas configurando no sólo la correlación con el texto citado, sino denotando la violación de todo un sistema axiológico propio de una cultura dada. Escojo una línea  que Toranzo dirige hacia Ada, y que dibuja lo que pretendo comunicarles aquí: “Si me eres fiel, voy a perdonar cada una de tus faltas”.
Me aventuro a hipotetizar que Levy-Daniel realiza en Los hechizados una lectura desprejuiciada sobre el tabú del incesto, y en esto hay varios elementos en los que puedo sostener tal creencia: primero y principal, el nombre mismo que ha elegido para titular su obra; “Los hechizados” pareciera estar hablándonos de algo mágico, bello, hasta hermoso me animaría a decir, y la música creada para la obra por Sergio Vainikoff va en igual dirección, nos introduce en la sensación de algo suave y sutil, que bajo ningún aspecto sugiere lo macabro o perverso del incesto. El mismo vestuario de Ada, de tonalidad rosácea y con una gama cromática que varía pero nunca sale de los rosas, podría sugerirnos una nota de lo virginal, el rosa propio de las niñas. Y sin lugar a dudas, el nombre “Ada”, más mágico que eso, no creo que haya.
Esta obra cuenta con una nominación al Premio Florencio Sánchez (Mejor actor de reparto) y tres nominaciones al Premio Trinidad Guevara (Mejor actriz principal, Mejor actriz de reparto, Mejor Música Original).
Ficha Artística-Técnica

Elenco:
 Melisa Freund (Ada), Pablo Razuk (Juan), Martín Ortiz (Toranzo), Enrique Papatino (Cipriano), César André (Franco), Silvia Villazur (Valda)
Escenografía y vestuario: Alejandro Mateo
Diseño de iluminación: Ricardo Sica
Música original: Sergio Vainikoff
Diseño coreográfico: Teresa Duggan
Diseño gráfico: Marcelo Farías
Fotografía: Camila Levy-Daniel
Realización de escenografía: Verónica Grau
Prensa: Marisol Cambre
Asistente de dirección: Nicolás Munguia
Dirección general: Héctor Levy-Daniel
Viernes a las 21hs.
El crisol Teatro | Scalabrini Ortiz 657
CABA

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