Escribe Zaira Marchetto
Artes
Combinadas – UBA
Lo primero
que llama la atención al ingresar a la sala es un grupo de sillas, ubicadas más
adelante de las butacas de la platea. Dispuestas en diagonal al escenario,
cualquiera creería que puede sentarse ahí. Pero no. Una vez que todos nosotros,
público, terminamos de sentarnos donde corresponde (las butacas), la música que
se oía cesa y se sucede un primer apagón: es entonces cuando vuelve a
escucharse la misma música, la luz comienza a subir y los actores entran. Y
entran por donde entramos nosotros y se sientan en esas 6 sillas, las ubicadas
en diagonal, quedando en un perfil de 3/ 4 de espaldas a la platea. El drama
comienza…
Entran en
escena las dos mujeres del elenco, Melisa Freund encarnando a “Ada” y Silvia
Villazur, como “Valda”. Ada es la hija de un estanciero, “Don Franco” (el actor
César André), y Valda su confidente y ama de llaves.
La trama
argumental comienza con la obstinada negación de Ada a contraer matrimonio.
Bajo ningún aspecto está interesada en aceptar las propuestas de sus
pretendientes. Es que ella ya ama a un hombre, y lo hace con la pasión propia
de todo aquello que se nos presenta como lo prohibido, lo inaccesible.
El
conflicto aparece cuando se devela el motivo por el cual ella tendrá que ceder
su postura: Don Franco está en serias dificultades económicas, y un casamiento
“arreglado”, podría solucionarlo todo. En apariencias…
En una
versión libre de “Lástima que sea una puta” (del autor británico John Ford, escrita en 1632), el dramaturgo y
director de Los hechizados, Héctor
Levy Daniel, ha tomado como eje principal la historia de Ada y Juan (Pablo
Razuk), quienes caen en el infortunio de un amor incestuoso entre hermanos,
generando la ruptura no solamente de los valores y convenciones sociales
impuestos por cada contexto epocal, sino que transgreden de igual o peor manera
un tabú propio de la cultura occidental. Semejante herejía no podía más que
terminar en tragedia.
En el papel
de “Toranzo”, el actor Martín Ortiz representa a un terrateniente acaudalado y
macabro, sin escrúpulos y dispuesto a lo que sea para tener lo que quiere: la
joven Ada.
Su plebeyo,
“Cipriano” (Enrique Papatino), es quien no solamente lo guiará, sino que en
distintas oportunidades tomará la posta de la situación y direccionará todo
hacia el fatalismo.
Con una
puesta en escena que, desde lo actoral, hace sentir por momentos la sensación
de “tener frío”, apelando a los lugares más oscuros y recónditos de cada uno de
nosotros: el de los deseos prohibidos. Es que en esta obra se nos enfrenta con
la inminencia del castigo por haber pasado ese límite, y de manera tan lograda
nos confronta a ello que nos hace sentir “frío”, ese frío que se siente cuando
la muerte se hace próxima, cuando sabemos que un final que no queremos va a
llegar de todos modos.
De la mano
de Alejandro Mateo en el diseño escenográfico y de vestuario, y la realización
escenográfica a cargo de Verónica Grau, encontramos un espacio que se
constituye por una tela de gran tamaño, pintada intencionalmente desprolija con
tonos amarronados para dar la impresión de tierra. Es que Los Hechizados acontece en algún lugar de La Pampa argentina, con
inundaciones casi permanentes.
Este
recurso de la tierra hecha barro por efecto de las lluvias, está muy bien
planteado desde la escenografía y desde la palabra de los actores: el barro se
nos hace presente a través de sus discursos, una y otra vez hacen alusión al
hastío que provoca tanta lluvia y tanto barro. Desde lo sonoro esto se acompaña
atinadamente, los truenos se hacen oír, dando cuenta al espectador del exceso
de agua cayendo.
Confluye el
vestuario de los hombres, en tonos amarronados predominantemente, acompañados
por algunos elementos en negro; configurado a partir de un registro típicamente
campestre: botas de lluvia las más de las veces (hablamos ya de las reiteradas
lluvias e inundaciones), zapatos negros en Don Franco, trajes, chalecos, y en
todos ellos pañuelos al cuello. Logrado efecto en doble sentido: el vestuario
nos ubica y funciona como índice espacial –en tanto geografía y clima–, como
también lo hace temporalmente, dado que podemos claramente vislumbrar que la
indumentaria no concuerda con lo contemporáneo a nosotros.
Un índice
que nos ubica en el tiempo –aproximado– en el que transcurre la historia es la
forma y el trato de los personajes entre sí: todos ellos se tratan de usted, excepto
Ada y Juan, lo cual también hace al quiebre de esa distancia que se marca a
partir de lo dialogal.
Completan la escenografía dos baúles, uno
marrón y el otro verde. Ambos juegan un papel importante, dado que es allí
donde se sientan o reposan los personajes en distintas escenas, e incluso es el
lugar desde el cual se marcan escenas “congeladas”, es decir, que mientras una
escena sucede en una parte del espacio escénico, la otra se mantiene estática
alrededor de alguno de estos baúles. En uno de ellos, son guardadas telas de
color blanco, una posible metaforización de la “pureza”, interesante elección
cromática dada la temática puesta en juego.
Destacada
importancia juega también la configuración lumínica, bajo el diseño de Ricardo
Sica. La iluminación va a marcar cada acto que termina, bajando en los momentos
de mayor tensión dramática, poniéndose el énfasis focal en la escena que adrede
se quiere subrayar; determina la división del escenario, dejando en penumbras
“escenas congeladas” e intensificando el lugar donde otra escena es actuada.
Resulta
fundamental el valor que cobra la elección de las palabras en tanto
significantes del sentido de la historia: a saber, en la escena en que Toranzo
le grita a Ada “¡puta, puta, puta, perra, puta!”, referencia directa al texto
de John Ford. En similar orientación tenemos otras palabras tales como
“corrupta”, “sagrada” y “adulterio”, todas ellas configurando no sólo la
correlación con el texto citado, sino denotando la violación de todo un sistema
axiológico propio de una cultura dada. Escojo una línea que Toranzo dirige hacia Ada, y que dibuja lo
que pretendo comunicarles aquí: “Si me eres fiel, voy a perdonar cada una de tus faltas”.
Me aventuro
a hipotetizar que Levy-Daniel realiza en Los
hechizados una lectura desprejuiciada sobre el tabú del incesto, y en esto
hay varios elementos en los que puedo sostener tal creencia: primero y
principal, el nombre mismo que ha elegido para titular su obra; “Los
hechizados” pareciera estar hablándonos de algo mágico, bello, hasta hermoso me
animaría a decir, y la música creada para la obra por Sergio Vainikoff va en
igual dirección, nos introduce en la sensación de algo suave y sutil, que bajo
ningún aspecto sugiere lo macabro o perverso del incesto. El mismo vestuario de
Ada, de tonalidad rosácea y con una gama cromática que varía pero nunca sale de
los rosas, podría sugerirnos una nota de lo virginal, el rosa propio de las
niñas. Y sin lugar a dudas, el nombre “Ada”, más mágico que eso, no creo que
haya.
Esta obra cuenta con una nominación al Premio Florencio Sánchez
(Mejor actor de reparto) y tres nominaciones al Premio Trinidad Guevara (Mejor
actriz principal, Mejor actriz de reparto, Mejor Música Original).
Ficha Artística-Técnica
Elenco:
Melisa Freund (Ada), Pablo Razuk (Juan), Martín Ortiz
(Toranzo), Enrique Papatino (Cipriano), César André (Franco), Silvia Villazur
(Valda)
Escenografía y vestuario: Alejandro Mateo
Diseño de iluminación: Ricardo Sica
Música original:
Sergio Vainikoff
Diseño coreográfico: Teresa Duggan
Diseño gráfico: Marcelo Farías
Fotografía:
Camila Levy-Daniel
Realización de escenografía: Verónica Grau
Prensa:
Marisol Cambre
Asistente de dirección: Nicolás Munguia
Dirección general: Héctor Levy-Daniel
Viernes a las 21hs.
El crisol Teatro | Scalabrini
Ortiz 657
CABA
Diseño de iluminación: Ricardo Sica
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